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Ana Labruna

A 80 años del debut de Ángel Labruna, la historia de su mujer, Ana, que desde que se conocieron nunca se separaron. Los momentos más duros que atravesaron juntos y la pasión que el Feo sentía por River.

Por Gustavo Cardone*

Nerina Clotilde D’Agostino junto a Irene Leonor Cingolani y a Ana Labruna forman un tridente que no sobresalió en las tribunas por sus excentricidades como la Gorda Matosas, pero que también, son incluidas en este libro por su amoroso servicio a River.

Ana fue la pareja del hombre… que nunca se fue. Ángel la conoció en los bailes del club y unieron sus vidas para siempre el 16 de enero de 1945. Era común en aquellos tiempos que parejas de grandes riverplatenses se pusieran de novios y enfilaran al altar. Gran mujer, gran madre, gran riverplatense, Guillermina Josefina Ana Carrasquedo. Una figura emblemática entre las hinchas. Angelito es bandera, emblema e incluso estatua al costado del Museo por su trayectoria y capacidades…, pero también, gracias a ella, compañera de todos los momentos.

El 24 de octubre de 1969 fue el día más triste en la vida del matrimonio. Fallecía Daniel, uno de sus hijos, de una enfermedad repentina e incurable. En ese momento Angelito era el técnico millonario y el chico jugaba en la Reserva. Dos días después, con gol de Daniel Onega en el Monumental, los locales derrotaban 1-0 a Racing y el mundo River seguía conmovido. Fue victoria, pero al fin y al cabo un día especial por el ambiente que reinaba debido a la muerte de Danielito, de tan sólo diecinueve años.

River fue muy superior durante el trámite y pudo haber goleado; el equipo parecía jugar como rindiéndole un homenaje. Ese día también, se produjo la vuelta de Walter Gómez y los cracks del ´50, en el marco de un tributo que justamente, se le hizo al gran centrodelantero uruguayo. Fue entonces cuando posaron para las fotos Vernazza, Prado, el Botija, Sívori y Loustau con el brazalete negro.

Daniel era volante ofensivo, con muy buena técnica. Le llevaba ocho años a Omar, pero esa distancia no existía al compartir momentos que iban más allá de la pelota porque eran muy unidos. Pasó que Daniel tuvo un día una lesión en los meniscos, fue intervenido entonces quirúrgicamente y luego comprobaron (al no poder bajarle la fiebre) que padecía leucemia, que en aquellos tiempos era terminal. Ana se estremeció. Fueron dos o tres meses de agonía. Ángel, por su parte, estaba desesperado; no sabía a quién recurrir.

Y vaya que Ana lo sostuvo al Feo en esos y otros momentos críticos. Por ejemplo, en los negocios. Durante su época de jugador, abrió uno de venta de motonetas y bicicletas con Pipo Rossi, en Pueyrredón y Mansilla. Duró poco. “Cuando dejé de jugar quise cambiar pero me parece que era para engañarme. Puse un hotel en Mar del Plata y me fue mal, después un negocio de venta de autos usados y también; luego una gomería en Libertador y Ugarte pero no daba para dos socios. Y lo último, en el 65, cuando dirigía a Defensores de Belgrano. Como parte de pago me dieron un local y puse una pizzería, pero me di cuenta que no había nacido para eso. Ahí me dije zapatero a tus zapatos y me quedé para siempre en el fútbol”, manifestó una vez Angelito. “Estuve toda la vida en River cuando pude haber agarrado la valija para Colombia en el ’50 o para Italia en el ’54, cuando me pusieron dos millones de pesos en la puerta de mi casa. Económicamente fui un fracasado. La diferencia la hice recién cuando fui técnico.

Pero cuando “lo fueron” como entrenador de River en septiembre del ’81, le agarró otro bajón. ¡Es que como jugador y como técnico River lo despidió casi con una patada! Increíble. Pensó que ahí se terminaba el mundo. No podía dormir. Salió a dar vueltas y vueltas; no quería volver a casa. Ana tuvo que contenerlo. Fue entonces cuando llegó la oportunidad del regreso como DT a Talleres, pero él todavía seguía pensando en River. Como cuando había dirigido a los cordobeses en el ’74: llegaba al vestuario después del partido y preguntaba cómo habían salido los millonarios. No lo podía controlar.

Catorce años después del fallecimiento de Daniel, se iba Ángel de este mundo. Ana tuvo que seguir. Fue en octubre del ’83. En diciembre de ese año Hugo Santilli ganó las elecciones y finalizaba entonces, el ciclo de Aragón Cabrera. Ella estaba destinada a seguir ligada a River. Ingresó a la Cantina de David esa noche en el contexto del festejo electoral y se confundió en un abrazo con el ex titular del Banco Nación, en medio de la ovación de la gente que gritaba por Angelito. Durante la gestión de Santilli tuvo mucha actividad en la Comisión de Filiales y en la Asamblea de Representantes. Ya no vivía más en la casa de Lidoro Quinteros, los recuerdos le pegaban demasiado; se había mudado cerquita, sobre Avenida Libertador. Y así fue que continuó participando activamente en la vida del club. Ana siempre estaba dispuesta a acompañar en las distintas fiestas, incluso las realizadas en el Interior. Firmaba autógrafos, recordaba con afecto a Ángel.

Y hablando de dedicatorias, ¿recuerda estimado lector la imagen de Labruna firmándole a los simpatizantes banderines y fotos en plena tribuna popular millonaria de la cancha de Vélez, en cotejo ante Atlanta por las primeras fechas del Metropolitano 1975? Qué nobleza y grandeza mostrarían luego esos aficionados de la Banda cuando River alcanzó el título, después de tantas amarguras y despojos. Entonces, la hinchada colgó una bandera en la San Martín alta que lo decía todo: “Ángel, este título te lo manda Danielito desde el cielo”.

*Extracto del libro “Monumentales” de Gustavo Cardone por Abarcar Ediciones.

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