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El boleto a la gloria

Un recorrido por la historia del club, que transcurre en la cabeza de un hincha en cada viaje al Monumental. Subite a esta peregrinación millonaria.

Por Leandro Torrenti (@UnLocoReCuerdo)

No importa en qué lugar te encuentres, ni la hora ni el día que sea: cuando juega River, cualquiera sea el certamen en disputa, por todas las esquinas del Mundo pasa un Bondi que te deja en la mismísima entrada del Monumental…

No, no es un único colectivo que recorre el Planeta del Tango (como el Viejo Santa Claus recorre, trineo mediante, la redonda Tierra, cada 24 de diciembre) en busca de Hinchas de El Más Campeón (si te dijera eso, mi relato se transformaría en increíble, porque somos Millones alrededor del Mundo los que tenemos la Banda Roja atravesándonos el pecho).

Cuando la Sinfónica de Belgrano se presenta en el Bolshoi del Balompié, un ejército de transportes de pasajeros se entrecruza en cortadas, calles, avenidas, rutas y autopistas, para frenar en cada esquina en la que haya un Hincha de River decidido a ir al Liberti.

Nunca antes lo pude charlar con nadie, pero no creo en las casualidades. Cada vez que llego a la esquina, un día de partido, antes de comenzar a esperarlo, lo veo venir. Como si él me estuviera esperando a mí. Y no importa en qué intersección sea el encuentro (de hecho me ha pasado vacacionando lejos de casa, o regresando de alguna jornada laboral en algunos de esos pueblos que no figuran ni en la Filcar): siempre el bondi es el mismo, como el mismo es el chofer…

Y esa tarde no fue la excepción. Tal vez por tratarse de un Feriado, las habitualmente convulsionadas calles de mi Pueblo se disfrazaron de desierto, al punto que, al llegar a la esquina de mi casa, podía seguir escuchando los ladridos de Passucci, el perro de la bostera de la vuelta. Ni tiempo tuve de apoyar la gamba contra el poste que anuncia la parada, cuando las luces albirrojas del Mercedes me anunciaban que me estaban pasando a buscar…

Apenas subí, Don Leopoldo, el conductor, me advirtió que sería un viaje distinto, al tiempo que me gritaba que me fuera pa´l fondo, porque había lugar. Me cortó el boleto (porque en el Bondi Millonario no hay SUBE, ni máquina tragamonedas, ni tres carajos), que por supuesto no me cobró, y me dijo que lo leyera con atención.

Le hice caso (no es un buen plan hacerle la contra a un colectivero, y menos arriba del bondi) y pude apreciar como el ticket que me había dado el viejo, no tenía el habitual número de cinco cifras, sino que rezaba la leyenda “Boleto a la Gloria”. Tardé en recuperarme del asombro, para caer en una sorpresa, aún mayor, cuando se me ocurrió mirar por la ventanilla y observar cómo el viaje en el Micro Millonario no se medía en kilómetros sino en años.

Estábamos viajando en el tiempo, haciendo escalas, una a una, en cada fecha desde el lejano pero tan cercano 1901, cuando los pibes de Las Rosas y Los Rosales decidieron dejar de competir entre ellos, para aunar fuerzas y transformarse en la Escuela Sudamericana del Buen Juego. Atravesábamos los años, como flechas, entre las hazañas de Isola y las corajeadas con el sello indeleble de Cándido García.

Pasamos por Alvear y Tagle y seguimos rumbo, vía contratación de Barullo Peucelle y cañonazos del Mortero de Rufino. Ya en Núñez, nos topamos con la Máquina. Disfrutamos al Charro y a Adolfo, y nos abrazamos con el Feo, que, encorvado, y como era su costumbre, la mandó a guardar.

Ojeamos a la Saeta, quien se fue a conquistar el Mundo, y recalamos en la Maquinita, en la época que la gente no comía por ver a Walter Gómez. Nos llenamos de grandeza con Amadeo, Pipo, el Doctor Prado y el Cabezón Sívori. Vimos pasar al Mono Zárate y debutar a Ermindo, genio y figura.

Tuvimos un desperfecto que duró como 17 años, donde éramos los mejores, pero no lo podíamos plasmar en títulos. Disfrutamos las voleas del Mono Mas y padecimos las patas de gallo de muchos pitos y las manos de Gallo de muchos rivales…

Cuando llegamos a los setenta, se nos cruzó una luz blanca y radiante, en forma de rayo futbolero. Era el Beto Alonso, Ícono, que de la mano de Angelito DT y las puteadas del Mariscal Perfumo, le devolvió a El Más Grande la sonrisa de Campeón. El viaje siguió su inexorable Rumbo a la Gloria, entre voladas del Pato, amagues del Negro Ortiz, corajeadas de Luque y Kempes, equipos lujosos y Campeonatos.

La Estación 1986, con la Chilena del Enzo rodeada de victoriosos laureles, nos permitió ver a un equipo capaz de plantarse en cualquier lado, y ganarle a quien se opusiera. Y gritamos a los cuatro vientos que éramos dueños de América y el Mundo. Las gambetas del Burro, el regreso de Ramón y el equipazo del ´96 nos mostraron otra de las paradas Inolvidables de esta travesía, que nadie querría que terminara nunca…

Pero como en todo viaje largo, tuvimos un momento de mierda, que fue fruto de muchas malas decisiones. Lo parimos, lo lloramos, lo supimos sobreponer. Y seguimos rumbo… Y las buenas volvieron a venir, porque nuevamente, llegamos a la cima Continental, en un 2014-2015 que nos encontró borrachos de Copas…

Yo sé que no me lo vas a creer, o tal vez sí. El recorrido de Don Leopoldo tiene, aún, muchas paradas por delante. La Historia de River es riquísima, pero no nos podemos quedar en ella. Cada una de las estaciones que atravesamos debe ser un nuevo puntapié, que nos permita construir un futuro tan Glorioso como lo vivido hasta hoy, porque River es demasiado grande…

Hoy es 25 de mayo, y es Feriado. Las convulsionadas calles se disfrazan de desierto, y en cada esquina, un Bondi Millonario te invita a recorrer la grandeza de 115 años de vida. Subite y sacá un Boleto a la Gloria…

 

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