El Baile
Mi abuelo vio jugar al Charro Moreno. Lo vio jugar muchas veces. Lo vio en el estadio de Alvear y Tagle y, luego, en el glorioso Monumental. En los almuerzo del domingo, cuando los ravioles se mezclaban con el tuco y el queso, solía repetir, sin ponerse colorado, que: “El Charro había sido mejor jugador que Maradona y Pelé”. Me costaba dimensionar la potencia de esas palabras. La convicción de esos pensamientos. Pensaba, simplemente, que esos halagos se mezclaban con su fanatismo por River, con su amor por nuestros colores. Una lealtad irracional que agiganta las emociones. Pero algo de todo aquello que mi abuelo repetía con una mueca risueña era cierto. Con el tiempo lo entendí. La investigación sobre la historia de River avalan aquellas palabras llenas de emoción. Moreno sigue siendo considerado en ese lote de jugadores únicos e irrepetibles. En esa lista corta de cracks que le dieron vigor a este deporte. Portador de una personalidad arrolladora dentro y fuera de la cancha su carisma rápidamente excedió al fútbol. Su estela empezó a quedar en el aire de las noches porteñas. En el baile y la bohemia, en el barrio y los arrabales, en los pasillos de lo conventillos y en las largas mesas de los inmigrantes. Anduvo por la Boca, luego por Núñez, donde la leyenda se escribió para siempre. Dijo alguna vez El Charro sobre tango: “Es el mejor entrenamiento”. También repetía esa frase mi abuelo que lo bailada con destreza y entusiasmo. Que se floreaba con el cambio de ritmo, con los perfiles cambiados, las cinturas movedizas y las piernas haciendo piruetas. ¡Cada domingo te recuerdo, querido abuelo! Te recuerdo vibrando con la música como El Charro lo hacía dentro de la cancha.
Por Facundo Pastor
Texto extraído de la edición #142 de Revista 1986.