Alzamendi, postales del corazón
El uruguayo tuvo un ataque de melancolía y publicó hermosas instantáneas de su carrera. Nosotros lo recordamos con estas palabras de gloria.
Por Adrián Dalmasso
Corre Antonio. No sé por qué siempre lo imagino corriendo. Siempre corriendo. De cara a un arquero o desatado en un festejo, como aquella madrugada del 14 de diciembre del 86 entre las bocinas de Tokio, cuando se ganó para siempre el pase a la eternidad. Corre Antonio y no lo pueden alcanzar. Libre. Vital. Prepotente. Rápido como una flecha lanzada con extrema precisión. Antonio apuntaba al corazón y rara vez fallaba.
Corré Antonio y no pares de correr. Que mientras vos corrés, uno delira envuelto en sus recuerdos. Allí donde todo es perfecto perpetuamente, donde tus piques en diagonal siguen siendo imposibles de perseguir y tus definiciones certeras jamás pasan de moda.
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No siempre es necesario haber nacido en la cuna del club, transitar con tezón las Inferiores, debutar y consagrarse con la casaca banda sangre o volver para llenarse de gloria.
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Siga disparando, querido Antonio. Desde sus piernas atómicas detone el fuego inmaculado, desde su timming para el contragolpe levante tribunas impacientes. Parta raudo una vez más hacia esos estallidos imborrables. Carrera loca. Brazos abiertos. Torso erguido. Boca llena de gol. Beso a la casaca.
Corre Antonio. Corre sin parar. Con el 7 en el lomo. Perseguido por algún defensor impotente pidiendo off side. Atrás, una estela de aire tenso acompaña su camino, escrito con la tinta de los goles y los campeonatos. Un camino con comienzo esquivo allá por el 82 y que obtuvo revancha como punta de lanza de un equipo apoteótico, amado por su pueblo, que golpeó los portones del cielo en 1986. Portones que abriste, Antonio, con ese gol dinosaurio ante el adversario rumano, bajo aquel plomizo gris del mediodía nipón.
Antonio Alzamendi Casas. Oriental de Durazno. No siempre es necesario haber nacido en la cuna del club, transitar con tezón las Inferiores, debutar y consagrarse con la casaca banda sangre o volver para llenarse de gloria. Para ser ídolo a veces alcanza con ciertas cosas puntuales. Como por ejemplo, estar en el lugar indicado, en el momento justo. Y Antonio sí que estuvo.
Entonces corré Antonio. No detengas tu carrera en el imaginario millonario. Corré y la ovación del “¡u-ru-guayo!” bajará para hacerte compañía hasta el final de los tiempos. Corré Antonio. Al gol, al festejo, al delirio. Es lo tuyo.