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La noche antes de la noche

Una horas antes del golpe cívico militar del 24 de marzo de 1976 se jugó un partido en el Monumental. River enfrentó al Portuguesa de Venezuela y a las pocas horas caía el gobierno de Isabel para darle paso a la época más oscura de la Argentina.

Por Adrián Dalmasso 

21:00. Estadio Monumental. El pitazo del boliviano Ortubé se escucha omnipresente sin que la mediocre concurrencia opaque con fervor su estridencia. Juegan River y Portuguesa de Venezuela un ordinario partido de primera fase de Copa Libertadores que (a juzgar por la historia y la actualidad enormemente dispar) parece tener el resultado ya escrito de antemano. La pelota rodando sumerge a todos en el partido. Nadie sabe, nadie sospecha, nadie imagina, que no muy lejos de allí, un grupo de señores delinea los últimos detalles de una jugada maestra que terminaremos pagando todos. Para ellos también la historia está escrita.

Aquel grito latoso del “Relator de América” haya retumbado como un eco lejano en los galpones del cuartel mientras un soldado limpiaba su fusil.

21:40. La Pepona Reinaldi aprovecha un yerro de la defensa venezolana y sacude la red de la Figueroa Alcorta con un violento derechazo, mientras que allá arriba en la cabina, la voz de José María Muñoz anoticia a todo el país que River Plate ya está en ventaja 1-0. Tal vez aquel grito latoso del “Relator de América” haya retumbado como un eco lejano en los galpones del cuartel mientras un soldado limpiaba su fusil. Donde seguro no sonó fue en la cabeza de aquellos “heroicos” Generales, Brigadieres y Almirantes, agazapados ya, como el tigre en la maleza, prestos a dar el peor de los zarpazos. Demasiado tarde para fútbol. Demasiado tarde para lágrimas. Demasiado tarde para todo.
Pasadas las 10 de la noche. Isabelita está sentada en su despacho y piensa. Pétrea, absorta, desbordada. Parece una estatua de si misma jugando a ser lo que nunca debió. Piensa. Puede estar atenta a la búsqueda de la solución de todo este entuerto descomunal o esperando que Tony Bennett llegue para cantarle una canción. Nadie puede saberlo. Quienes la rodean solo quieren escapar de un incendio que es indefectible. Como indefectible es también la victoria de River esa noche, consumándose definitivamente con otro gol de la Pepona y un trámite taciturno que expulsaba de a puñados a los hinchas antes del cierre.

Nadie sabe, nadie sospecha, nadie imagina, que no muy lejos de allí, un grupo de señores delinea los últimos detalles de una jugada maestra que terminaremos pagando todos. 

23:10. Todo concluye sin imprevistos. River gana apenas 2-1 regulando la máquina, encaminándose a una segura clasificación. Un periodista parte raudo en un taxi rumbo a la redacción para construir su crónica. Lleva en su anotador los detalles elementales. Los goles de Reinaldi, el descuento de Juan Carlos Núñez, la formación de la banda con Fillol; Zappia, Perfumo, Ártico y H. López; JJ, Merlo y Alonso; Pedro González, Reinaldi y Más. Los cambios de Sabella y Pena, los pormenores del match. Pero hay un movimiento extraño en la redacción. Llamadas agitadas, ordenes expeditivas, rumores febriles. Algo pasa, y es muy grosso. No habrá espacio en la plana mayor para la viñeta insignificante del triunfo millonario.
Ya hemos atravesado el umbral de la medianoche. El plantel de River retorna a casa para descansar y preparar el juego del domingo ante Temperley por el Metro. Al mismo tiempo la anunciada (y en amplios sectores pretendida) caída de María Estela Martínez finalmente ocurre. La soberbia troupe vestida de gala infesta en condecoraciones y charreteras “golpea” las puertas de Balcarce 50. Pasan sin anunciarse. Ariel Delgado locuta el célebre “Comunicado Nº 1”. Sombras fantasmagoricas se liberan de la caja de Pandora para cubrir un país que ahora duerme.
El reloj marca la 1:23 del jueves 24 de marzo de 1976. Se desperezan lentamente las aspas de un helicoptero de la Fuerza Aerea posado sobre el techo de la Casa Rosada. La historia ya ha sido escrita.

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