La danza del Búfalo
La primera conquista de América tuvo como protagonista a un delantero tremendo: Juan Gilberto Funes. Un homenaje, un relato, un agradecimiento por el regalo más lindo que nos pudo haber dado.
¿Te acordás Juan? Los hinchas de River nunca olvidaremos aquella danza que vos nos regalaste. Claro, vos no estás y da bronca, porque deberías estar.¿Por qué?. Porque si bien hay muchos que se fueron, vos eras especial. Andabas dejando pedazos de tu corazón en cada corrida y no te importaba. Primero estaba la gloria, el heroísmo y por último, sí, por último vos. Como un dinosaurio conciente de su destino fatal de extinción. Bestia indolente de su propia inmolación. ¿O me vas a engrupir que no sabías nada?.
29 de Octubre del 86. El país futbolero venía tan dulce luego del Mundial que costaba meter la cabeza de nuevo en el futbol local. No era para menos Maradona había alcanzado el Olimpo y Bilardo era comparado con Einstein. Fue una lástima, que la memoria no le haya guardado un lugar más selecto al River del 86, porque fue, posiblemente, uno de los equipos con más personalidad y mentalidad ganadora de la historia. Y eso que “el flaco” más grande, no estuvo para la Copa. Pequeño handicap. Y bueno… pero llegaste vos, Juan. Y aunque el país anduviera preocupado por la economía de Guerra, las Pascuas por venir, la caída del Muro, la Globalización, la pobreza, los nuevos paradigmas. Había también una multitud apoyando sus oídos sobre la tierra a la espera del estruendo. El hincha millonario había esperado una vida la Libertadores, no se iba a amedrentar ante el posible Bing Bang.
Aquel diluvio, porque esa noche sí que llovió en serio sobre Buenos Aires, fue tanto o más desafiante que la negativa de la televisación en directo del partido, quizás como un anticipo del negocio AFA-T.V, que esquilmó a los clubes desde la década del 90 hasta nuestros días.
¿Qué locura, Juan, que desataste? Queríamos alzar la primera Libertadores, aquella asignatura pendiente que tanto mortificaba. ¡Es que se había estado tan cerca!…y fue como si el diablo hubiera metido la cola.
La tercera es la vencida parecía escrito en un mandato bíblico y cada 10 años debe ser. En el 66 y 76 habíamos vueltos con las manos vacías de Chile. Los rastros de aquella primera herida lacerante nunca se borraron definitivamente. El famoso 2-0, que increíblemente terminó en 4-2 a favor de Peñarol en Chile. Habría llegado lo “inexplicable”. Una institución perfumada por el éxito, parecía ahora ser rociada por un castigo de continuas “calamidades”. Racionalmente nada tenía explicación. La humillación fue insoportable pero había que resistir y hubo un solo antídoto: hacer público y altivo el amor a River, aún en las malas, cuando hasta la liga en los torneos locales se cortó.
Todo un simposio de infortunios que nos sumieron en un injusto dolor. Pero había que poner el pecho. ¡Y ojo, Juan, que si hubo un equipo con aguante fue ese River!. Fueron 18 años, llenando todos los estadios. Y siempre subcampeón, con “la trampa”, las “manos negras” y “el ayudín” que te dejaban con la sangre en el ojo. Y la gente dale y dale, renovando su esperanza.
….Y pasaron 10 años más, llegó la derrota con el Cruzeiro. Menos traumática, pero igualmente frustrante y después…10 años más para ir macerando la revancha
definitiva.
Pero volvamos a esa noche, cúmulo de tantas noches de cielo abierto y estrellado, ganadoras contra equipazos. Gestada a partir de la hombría de ese equipo extraordinario, copero, guapo, brillante, con el que la historia está en deuda. Que mientras procesaba el duelo por la venta del Enzo, exhumaba al Alonso más maduro, viril e inteligente que nunca. Que tenía un arquero serio como Pumpido y las ganas del vasquito Goycoechea. La
personalidad del Tano Gutiérrez y la actitud ganadora del Cabezón Ruggeri, que aquel día sacó una imposible en la raya de cal. La regularidad de Gordillo y Montenegro. El ida y vuelta de ese fenómeno que fue el Negro Enrique. El oficio y el manual del 5 que exhibía el Tolo Gallego que no podía con su vida y como un globo negro enfundado en la banda, se metía entre los centrales, cuando subían los del fondo. La astucia letal de Alzamendi y el sacrificio del bueno de Roque. Un equipo que tuvo al técnico que tenía que tener. El “Bambino” con su labia y su capacidad motivadora solo puede agrandar a lo que de por si “ya es grande”.
Me imagino diciendote:
-Escucha Gilberto, vos sos una topadora, entendés. Encima “tenés habilidad”. ¿Quién te puede parar, nene?. Hace de cuenta que sos “un camión con acoplado lanzado en velocidad”….”. No hay manera, nene, de pararte. “¡Sos un fenómeno extraoooor…di…na…rio!”. “¡Es así, tal cual te lo digo!. Créelo, por Dios”.
En verdad, “extraordinario” lo que logró el Bambi de ese potro azabache con las crines al viento llamado Juan Gilberto Funes. ¡Si, Juan, impresionante! Y lo que hizo de River cuando, obligado, debió cambiar figuritas y entendió que debía resignar un poco de
estilo. Pero que le sobró coraje. Aquel River copero fue un equipo famélico de gloria. De
tipos “ganadores”. De lobos hambrientos. Pero dale no me dejés apartarme de aquella consagración. ¿Te acordás que buen equipo que era el América de Calí?. Estaba “El Negrito” Willington” Ortiz, Ischia y el “Tigre” Gareca. Falcioni era el arquero. Y de este lado, el país, Juan. Si, se juntaba la genealogía entera: abuelos, padres, hijos, hermanos. Tribus millonarias de distintas generaciones. Y esa marea roja y blanca empujando. Se cumplían de nuevo 10 años. No se podía escapar…
Y en esa oscuridad desangelada por la inclemencia del cielo y la ciudad anegada, esa raza de fieles se colgó de tu piel del búfalo esperando ese momento sagrado. Vos Juan, vos, conduciendo el paso: “Búfalo patriarca”. Para que la felicidad regresé al cuerpo. Para que el alma remonte vuelo. Renovarse y revolucionarse. Para desmoronar esa represa continental que se negaba casi de manera maléfica y persecutoria. Y había que ser aluvión, canal, torrente para que estallara al fin. Y barrer entre todos junto al Negro Enrique el césped en guadaña para el pase final. Y seguir, y nadar, y remar y cruzar hasta la otra orilla, allí aguardaba la gloria. Todos éramos esos músculos torneados, de esas piernas regadas de sudor y sal. Todo ese instante Juan, en que el líquido elemento se hiciera uno con el aire que volara la bola. Y el pasto de la tierra pegoteado y el fuego de tu nobleza atropellaron en estampida. Para asesinar el pasado, decretando definitivamente la “hazaña”. La tuya, Juan, la más grande, la mejor, lejos. Quedará imborrable y húmeda en tantas retinas, la interminable danza bajo la lluvia. La primera copa, los ojos enrojecidos del
Beto y por sobre todas las cosas, la “danza del búfalo” que todavía bailamos.
In eternum, Gracias Juan.
Por Pablo Desimone